Texto Andrés Birman
La sentenciaron a cadena perpetua, sin pruebas ni testigos, por un crimen que no cometió. A fines de 2019, tras once años en prisión, recuperó la libertad. Desde Misiones, repasó la causa, los prejuicios del tribunal, los días de encierro, el documental que cuenta su historia y su vínculo con Nora Cortiñas.

Cristina Vázquez enfrentó un juicio oral y público en 2008. Durante el proceso, más de diez pruebas científicas avalaron su inocencia. La acusaron del homicidio de su vecina Ercélide Dávalos, de 79 años, en el barrio El Palomar, de Posadas, Misiones. Y, aunque no hubo evidencia en su contra, la condenaron a cadena perpetua.

La misma sentencia afirmaba que “no hay pruebas suficientes sobre su participación”, lo que en un proceso normal significaría la absolución. Pero extrañamente se ordenó recluirla. Según los jueces Marcela Leiva, Fernando Verón y Selva Zuetta, llevaba “un estilo de vida promiscuo y liberal” y aseguraron que “cometía delitos contra la propiedad privada con el fin de adquirir estupefacientes y satisfacer adicciones”. Sólo pudieron demostrar sus prejuicios de género y clase. Cristina no tenía antecedentes penales.

El crimen ocurrió la noche del sábado 27 de julio de 2001. Vázquez declaró que aquel fin de semana visitó a una amiga en la localidad de Garupá, a unos ocho kilómetros del sitio del hallazgo. Pese a que sus dichos fueron ratificados por la amiga en cuestión, su padre y un testigo que la vio irse del barrio horas antes del hecho; fueron también desestimados. No ocurriría igual con otros testimonios que la incriminaban, aunque nunca se probaron e incluso se desdijeron en las audiencias.

En el inicio de la investigación la habían absuelto por falta de mérito y se fue a vivir a Buenos Aires, hasta que en 2006 volvieron a detenerla en su trabajo para juzgarla y condenarla. Diez años más tarde, se dispuso revisar el fallo en Misiones. Pero el jurado provincial confirmó la sentencia copiando y pegando párrafos completos de aquella que debía rever.

El año pasado se estrenó la película “Fragmentos de una amiga desconocida” (disponible en la plataforma Cine.ar), dirigida por la periodista Magda Hernández, mientras se elevaba un pedido a la Corte Suprema de Justicia de la Nación para que se volviera a repasar el expediente. La causa llegó a los medios de comunicación, mientras diversas agrupaciones de Derechos Humanos y Organizaciones no Gubernamentales impulsaron su movimiento. Entre otras personas, Ana María Careaga (secuestrada por el terrorismo de Estado en 1977 e hija de Esther Ballestrino de Careaga, fundadora de Madres de Plaza de Mayo) y Nora Cortiñas (cofundadora de dicha asociación) acompañaron la lucha de Cristina.

Tras varias idas y vueltas, el 26 de diciembre de 2019 -de forma unánime- anularon los cargos en su contra. Comenzaba para ella el fin de una injusticia que se inició a sus 19 años (hace casi dos décadas) y la encerró durante once. El máximo tribunal determinó que “no se respetó el derecho a la inocencia”. También que la primera revisión de la causa fue “deficitaria, sesgada y parcial”. El asesinato del que se la acusó continúa impune.

Cristina Vázquez accedió a recibir un cuestionario vía e-mail y respondió a través de audios de Whatsapp.

– Habiendo pasado 8 meses desde que recuperaste la libertad, ¿cómo estás y cómo es tu vida hoy?
– A pesar de que hayan pasado casi ocho meses, hoy todavía estoy en una reinserción social que es bastante difícil. No sé si el mundo y la sociedad cambiaron o si cambié yo, pero algo cambió y esa es la realidad. Estoy bien, con mi familia y mi sobrinita, que tiene 4 años. Nació cuando yo estaba privada de mi libertad y la estoy disfrutando a full ahora. Trabajo en Cáritas, en un lugar que me dio el Obispado de Misiones y me permitió solventar mis gastos. Había un sacerdote que me visitaba siempre, el Padre Barros, que -junto con el Obispo Martínez y el Gobernador Oscar Herrera Aguad– me ayudó en ese aspecto. Estoy muy agradecida con ellos.

– ¿Qué cambió en tu personalidad después de pasar por esto? ¿Cuáles son las mayores dificultades?
– Obviamente el carácter de una cambió. Todavía estoy en un proceso y hay cosas que me generan dificultades. Un ejemplo es el dinero. Fue difícil conseguir trabajo y cuando lo tuve me vine a vivir sola. Me independicé de mi familia, para que estén más tranquilos de mí. Me costó mucho manejarme, no sabía cuánto costaba un kilo de yerba ni la sal, nada. Quizá suene superficial, pero para una persona que está once años privada de su libertad, el no tener dinero en sus manos ni manejar esas cuestiones es muy difícil. Me costó relacionarme con profesionales y respetar horarios. Yo no pude estudiar mucho en la cárcel. No es, como se suele pensar, que están todas las posibilidades adentro. Si no tenés plata y una notebook disponible, es imposible. Es lo mismo que pasa hoy afuera. Estoy con una psicóloga. Siento mucha angustia por compañeras mías que quedaron ahí, que me piden que las ayude y eso no está en mis manos.

– Con el avance de la causa, ¿esperabas una condena?
– Cuando el juez de Misiones, José Luis Rey, me citó y me notificó que iba a juicio, le pregunté cuáles eran sus argumentos. Él me contestó que había testigos que declararon que yo les conté sobre el asesinato de esta mujer. Entonces le dije: “¿Pero por un ´dice que´ usted me va a llevar a juicio?”. Ya habían salido las pruebas de ADN negativas, no había ninguna huella. En esa casa no había ni un pelo que demostrase que yo estuve ahí. Incluso me sacaron sangre y pelo para comparar y el resultado también fue negativo. Me respondió: “Con un ´dice que´ me alcanza y me sobra”. Yo en ese momento no tenía abogado, le consulté a mi papá si podía pagar uno y él solventó los gastos. Quería ir a juicio, porque confiaba en que la Justicia se manejaba bien. Pensaba que si te sentenciaban era porque había pruebas, que si estabas preso era por algo. Creía que iban a ver los errores que había y me iban a soltar. El juicio duró diez días y fue totalmente agotador. Se habló de mi vida privada, de la de mi compañera de causa (Cecilia Rojas) y del otro chico (Omar Jara), pero jamás del homicidio. Ni se investigó ni se indagó un poco más. Incluso había relatos muy válidos. Era clave que declarara la empleada doméstica que encontró el cuerpo, pero no la tomaron en cuenta. Tampoco a muchos vecinos míos.

– ¿Qué sentiste en el momento de la sentencia?
– Al quinto día, mi abogado me avisó que iban a condenarme porque la fiscal (Liliana Picazo) estaba ensañada conmigo y había mucha arbitrariedad por parte del tribunal. No eran jueces de grado, como debía ser, sino que lo integraban una jueza de menores, un juez de instrucción y una jueza de Leandro N. Alem; que es el interior de Misiones. No es por desprestigiar, pero no son jueces para un juicio. No podía creer que algo sea tan corrupto. El abogado me preguntó si quería entrar el día de la sentencia y le respondí que sí. Quería escuchar mi condena, mirarlos y decir mis últimas palabras. Cuando me condenaron fue como coautora, nunca como autora. A los tres nos pasó lo mismo, no se determinó un autor. Yo quedé mirando la escena, a los periodistas, los jueces, mi familia atrás y me congelé. Mi mamá no estaba porque decía que no iba a resistir. Tuve dos semanas de shock, en las que hoy no me acuerdo lo que hice. Me contaron que desconocía a mi papá y a otras personas.

– ¿Por qué creés que la Justicia te sentenció sin pruebas, cuando había testigos que avalaban tus dichos?
– Yo creo que por ser mujer y por ser pobre. Me sentenciaron con estas palabras: “por llevar una vida promiscua”. Esto jamás se le atribuyó a un hombre para condenarlo. Quiero dejar en claro que no soy feminista ni machista y no quiero estar del lado de nada que termine con “ismo”. Pero fue por ser mujer, eso está escrito y avalado por una fiscal. Es algo muy irracional. Fue sin pruebas y con testigos falsos. Testigos que se presentaron en Instrucción y dijeron cosas aberrantes, pero en el juzgado decían “yo no dije tal cosa”, “no me acuerdo” o “jamás pasó”. Eso no lo tomaron en cuenta, sólo lo que pasó en Instrucción. Omitieron un montón de cosas que se dijeron en el juicio.

– ¿A qué atribuís que no se hayan seguido otras líneas de investigación?
– El Poder Judicial de Misiones es muy chico y existe mucho el compinchismo y el “fulano me dijo que…”. Ercélide Dávalos trabajaba en el Poder Judicial y su hija trabaja también ahí. Era amiga de los jueces que me condenaron, de la fiscal, del juez que me llevó a juicio. Es una cadena de amistad y complicidad que es bastante asquerosa.

– ¿Conocías a Ersélide Dávalos?
– Sí, vivía a cuatro casas de mi casa, en la esquina. Para ir a la escuela siempre pasaba por ahí y la saludaba, como a todo vecino. Ella regaba sus plantas, no la veía seguido porque no era de salir mucho.

– ¿Cómo fue tu día a día durante el encierro? ¿Y tu relación con las internas?
– Creo que el ser humano está preparado para todo. Todos creerían que no aguantarían once años ahí adentro. Con el COVID-19 me doy cuenta que hay mucha gente que sufre, pero hay algo que nos deja seguir. Somos, como se dice, animales de costumbre y es tal cual. La palabra acertada sería adaptarse; al lugar y a las personas con las que te toca convivir. Todo el tiempo hay gente nueva y gente con la que te peleás. Es como con tus compañeros de trabajo; un día te llevás mal con quien duerme al lado tuyo y mañana estás bien. Te levantás rayada y tus compañeras te conocen, entonces no te hablan.

– ¿En qué te apoyaste mientras avanzaba el proceso y esperabas la revisión del fallo por parte de la Corte Suprema de Justicia de la Nación? ¿Cómo vivías entonces la movilización que despertó tu causa, con el estreno del documental “Fragmentos de una amiga desconocida”, sumado al apoyo de Nora Cortiñas y de diferentes agrupaciones de Derechos Humanos?
– Mi papá, mi mamá y mi hermana me apoyaron incondicionalmente. Después nació mi sobrina. Mi hermana me visitaba estando embarazada y yo acercaba los auriculares para hacerle escuchar a la bebé canciones de los Redondos y los Rolling Stones. Magda Hernández y Gabriela Cueto -productora del documental- fueron también un sostén. Durante el rodaje de la película, pensé que era una tesis que Magda tenía que hacer. Jamás se me ocurrió que iba a alcanzar la repercusión que tuvo. En septiembre del año pasado vino Norita al penal. Durante mis once años de encierro hubo un montón de movilizaciones y cosas que cambiaron en la sociedad, de las que no me enteré porque solamente funcionaba un televisor. Se miraban novelas y tampoco te permitían ver muchas noticias. Entonces yo no sabía quién era Norita, me explicaron las chicas en ese momento que era una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. Ella me miró y me dijo: “Cristina, vos no tenés por qué estar acá. Nunca te resignes a estar presa, tenés que luchar”. Y lo que ella dice se hace. Yo pensaba en esa señora con la foto de su hijo desaparecido. Cuando pedí internet para comunicarme con mis amigas, me di cuenta quién es Nora Cortiñas. No podía creer que esa persona me haya ido a ver. Norita es una muestra de que las agrupaciones de Derechos Humanos existen y que hay un montón de gente que se interesa por los demás.

– ¿Cómo te comunicaron sobre la absolución? ¿Qué recordás de ese momento?
– El 24 de diciembre festejé, el 25 descansé y el 26 a las seis de la tarde salió la absolución. Me llamó la celadora y me dijo que una compañera que estaba charlando con su hijo quería hablarme. Me pasó el teléfono y me comentó: “Agarrá, porque yo no puedo decirte lo que me está diciendo mi hijo”. Lo saludé y pregunté qué pasó con mi familia, que es lo primero que se me cruzó por la mente. Me respondió: “Cristina, tengo que leerte algo y no sé si te va a caer bien o mal”. En la lectura decía que acababan de absolverme. Mi compañera tenía el cuerpo lleno de heridas por la psoriasis. Yo, por la euforia, la arañé. Y ella se aguantó, pobre. No podía reaccionar ni llorar. Me preparé un mate y quedé sentada, mirando hacia la nada. Estaba otra vez shockeada, no podía creer que después de tantos años terminara todo.

– Recibiste algún tipo de asistencia cuando recuperaste la libertad?
– La Secretaría de la Mujer estuvo a disposición. Norita estuvo conmigo también. Es el día de hoy que la llamo y está, me pregunta cómo estoy, si estoy bien, si estoy mal, si cumplo con mi trabajo o no, me reta si me tiene que retar. Me pide que no me meta en las drogas. Son esas recomendaciones de madre que tiene. Tuve el apoyo de las chicas que hicieron la película e Indiana Guereño (1), de Pensamiento Penal. Cuando me vine a Misiones no tuve más asistencia psicológica. Pero ella, Innocence Project (2) y La Coope (3) me quisieron brindar todo el apoyo. Volver fue como llegar a un pueblo en el que no hay nada. Acá no funciona como en Buenos Aires. Esas instituciones existen, pero como figuras. También luchó mucho por mí Enrique Piñeyro (4); recién en libertad pude ver que él peleó contra un sistema que no funciona, diciendo las palabras de una manera que, me parece, no lo puede hacer nadie. Creo también que no hay nadie mejor que él para caracterizar a las instituciones y ponerle títulos a las cosas, porque él investigó muchísimo. Le agradezco de corazón.

¿Decidiste demandar al Estado?
– Tomé esa decisión, sí. Obviamente va a haber una demanda. Pero eso no es de acá a dos días ni a dos años. Va a llevar su tiempo. Es un proceso muy largo, con peritos psicológicos, peritos psiquiátricos y mucha burocracia.

Hay más consultas en 2020
Si bien no existe una estadística oficial con respecto a la cantidad de personas condenadas injustamente, al ser consultada, Camila Calvo, abogada de la ONG Innocence Project cuenta: “Recibimos un promedio de 160 contactos al año y en lo que va de 2020, tuvimos 180 consultas. Cerca de la mitad de ellas suelen ser rechazadas luego de verificar que el caso cuente con los requisitos para su estudio. La persona debe ser inocente del hecho por el que solicita nuestra intervención, con condena confirmada en segunda instancia. También estar privada de su libertad y con al menos cinco años de prisión por delante. Cuando se cumplen estas condiciones, pedimos el expediente para su análisis e investigación. Si hay prueba nueva que pueda ser presentada en una instancia de revisión para demostrar la inocencia, la organización toma la defensa y litiga el caso ante los tribunales. Muchas veces sucede que, por más que la persona sea inocente, no es posible demostrarlo por falta de prueba nueva. En la actualidad estamos trabajando activamente en la investigación de 40 casos. Sin embargo, hay un gran número de casos esperando ser estudiados”.

Ana María Careaga, Gabriela Cueto, Nora Cortiñas y Magda Hernández presentaron «Fragmentos de una amiga desconocida» en la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
El documental sobre el caso de Cristina Vázquez. Hoy, disponible en la plataforma Cine.ar

Referencias
(1) abogada y titular de la Asociación Pensamiento Penal. Es una ONG sin fines de lucro, integrada por operadores del sistema penal -jueces, defensores oficiales, letrados particulares, funcionarios judiciales, profesores universitarios y estudiantes de derecho- interesados en la promoción de una administración de justicia moderna, ágil y eficaz; en sintonía con los postulados básicos del programa constitucional y con los requerimientos que formula la sociedad en tal sentido. https://www.pensamientopenal.org

(2) Fundación sin fines de lucro constituida para llevar adelante la investigación y asistencia jurídica en casos de condenas erróneas, arbitrarias o producto de causas armadas. https://www.innocenceprojectargentina.org

(3) Cooperativa Esquina Libertad. https://www.facebook.com/comunicacion.porlalibertad/

(4) cineasta, director de “El Rati Horror Show”. La película cuenta el caso de Fernando Carrera, condenado por la masacre de Pompeya, ocurrida en 2002, con pruebas falsas plantadas por oficiales de la Comisaría N°34 de Capital Federal, para ocultar un hecho de gatillo fácil. Fue absuelto recién en 2016. Acompañó la causa de Cristina Vázquez, a través de la ONG Innocence Project. Tras su estreno, la productora Aquafilms recibió incontables llamados y pedidos de ayuda de personas con causas similares, lo que dio origen a su fundación.