Texto Andrés Birman
Fotos Cristian Colalillo

El ex bajista de Kapanga -y uno de sus principales nervios creativos- habla de la actualidad fuera del grupo y cómo vive en Mar de Cobo. Además, recuerda el rol de su padre durante los inicios. Los últimos años en Buenos Aires y la música como refugio de su enfermedad.

 

Para llegar desde Capital Federal a Mar de Cobo, hay que transitar 419 kilómetros. El recorrido, en auto, se calcula en poco más de cuatro horas por la Ruta Provincial número 2. Al cruzar el arco de entrada, se advierte  la calma que reina en el ambiente. La escasa cantidad de gente en la plaza principal, el centro y las calles de tierra pueden dar fe. Probablemente, si alguien buscara algo de agitada vida nocturna deberá trasladarse unos 18 kilómetros hasta Mar del Plata.
Dar con la casa de Balde no es sencillo, menos si no se tiene la dirección exacta. En los días previos al encuentro, había dicho: “Cuando salgan de la ruta, avísenme y les explico”. Llegado el momento, no escuchó el celular.
La mejor opción que se presenta parece ser consultar en una heladería.

– Hola, ¿qué tal? Disculpe, estoy buscando a un músico que vive por acá, Balde.
– Balde… Balde, no, no. No conozco a ningún Balde.
– Es pelado, tocaba el bajo en Kapanga.
– Ah, sí… el de Kapanga. Balde.

El comerciante salió hasta la vereda y señaló una casa a media cuadra, sobre la mano de enfrente: “Ahí vive la ex mujer”. Luego del dato innecesario, sí indicó el camino. Describió un portón de madera y aconsejó golpear la campana y esperar. Antes de despedirse, ofreció regresar para guiar desde su auto si fuera necesario.

Pasado el mediodía del 28 de octubre de 2017, Marcelo Adrián Spósito atraviesa el jardín. Mientras mantiene la caminata, levanta el brazo y saluda. Viste gorra verde, pantalón tres cuartos y lleva estampada en su remera la tapa de Circología, el disco de Los Caligaris para el que aportó algunos temas. Una vez adentro, iniciará un breve recorrido por la propiedad. El espacio es extenso y cerca de los alambres que lo delimitan hay algunos arbustos florecidos. Por ahora, unos pocos invitados se desparraman en el pasto y  los niños juegan al fútbol. Otros ingresan en un cuarto para recargar sus vasos con la cerveza artesanal del barril preparado para la ocasión.
No es un día más. Hoy el anfitrión festeja su cumpleaños -que fue hace 48 horas- y por eso, frente al ingreso de la vivienda, se está armando lo que será un pequeño escenario. Adentro, su mamá saluda a quienes van llegando. Sorprendida, abraza e intenta recordar a unos seguidores de la banda quilmeña que se acercaron al lugar. Está preparando el vitel toné que en un rato será testigo del amontonamiento general frente a una mesa de madera que se sostiene al sol sobre dos caballetes. Sonriente, Balde anuncia: “Hoy cocina la Rosi”. Parece entusiasmado en que todos prueben el plato.

En el comedor hay un mueble que exhibe recuerdos de otros tiempos, entre los cuales resalta la entrada al show con el que Kapanga celebró sus quince años en el Estadio Malvinas Argentinas, de La Paternal. Subiendo una escalera, se tiene acceso a la habitación que funciona como base de operaciones del músico. Allí, un equipo dispara sus nuevas composiciones y un pantallazo general muestra una estantería repleta de cds. En la pared, Bob Marley contempla desde una bandera. Al observar una foto suya con Manu Chao, señala: “Si te das vuelta, allá hay otra”. Enmarcada enfrente, otra imagen lo retrata con unos kilos menos junto a su hermano Bucky, Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Jorge Araujo. La alegría en su rostro, al lado de los integrantes de Divididos y los dos ex Sumo es inocultable. “Los seguía cuando era chico. Cuando los vi, quería saber dónde dejaron el ovni, eran muy mágicos. Tenían información muy fresca de Inglaterra, el punk, new wave… En 1999, para Un asado en Abbey Road compuse ´Demasiado´ e invitamos a Ricardo. No podía creer que toque un tema mío. Pero al pedirle que leyera la letra, porque me encantaría que la cantara y la grabó, se me cayeron las lágrimas”, recuerda. No sólo el grupo de Luca Prodan lo marcó. Al indagar un poco más, afirma que Manal también es “uno de los mejores que hubo acá”.

Pero además, a sus preferencias puede encontrárselas en otras partes. Balde se define como “un tipo muy lector” y su libro favorito es En el camino, de Jack Kerouac, que lo inspiró para la canción de igual título incluida en Botánika (2002). “Toda persona que quiera ser libre debería leerlo”, contó más de una vez. También agrega que le gusta la generación beatnik y nombra a Burroughs, Hemingway y Bukowski. A la hora de enumerar otros autores que lo influyeron-“muy sutilmente”-, se refiere a todo tipo de artistas y obras: “Discépolo me encanta. Como escritor, como autor… como todo. Fue completo y comprometido. Me encantan las charlas que daba en radio, con su personaje Mordisquito, hablándole a la oligarquía. Del cine, El Padrino es una obra de arte y Apocalipsis Now me fascina. Quentin Tarantino me gusta, como también algunas películas argentinas: La Patagonia rebelde, Esperando la carroza, No habrá más penas ni olvido. Me acuerdo de escenas, de Ulises Dumont piloteando un avión sobre los ricos y tirándoles mierda, gritando ´viva Perón´. Esas cosas me resultan muy graciosas. También soy fanático de Leonardo Favio”.

De nuevo en el parque, se acercará a los invitados junto a un fotógrafo. A cada uno de ellos le agradecerá por acompañarlo, le preguntará si la está pasando bien y qué tal la comida. Con cada uno de ellos también quedará retratado frente a la cámara.
Horas más tarde, volverá a colgarse el bajo (debido a problemas de salud, varios de los presentes hace años no lo ven con el instrumento). El repertorio será integrado, entre otras, por “Muerte ATP”, de Las Manos de Filippi. Después, sus amigos marplatenses de La Whillington se mezclarán con músicos de Panal y Rondamón para interpretar lo que decidan sobre la marcha. Cerca del final, Balde tocará con el marplatense Juan Stagno (alias Juanete) composiciones de Kapanga en clave tango.

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Meses atrás la Ray William Morrison Orquesta tocó por primera vez en Capital Federal, dando un show en Villa Devoto, donde Pablo “Yogur” Dieguez acompañó a Balde y se sumaron músicos del oeste. El recital improvisado se dio en un contexto atípico: la casa de un viejo fan que reunió a 40 personas alrededor de una bondiola, para conocer en qué andaba Spósito después de tanto tiempo.
Habían publicado Feliz, un EP de siete temas y preparaban la edición del álbum completo. Esa noche formaron parte del repertorio “Nunca me contaron hasta diez”, “Ahí estaré” y “Rulo”.

“Extraño tanto a mi viejo, quiero ser aquel pendejo
que se sentaba a su lado, escuchando atentamente cuando hablaba de Perón”
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Primeros pasos en la música, como bajista de Los Eyelites (archivo personal de Balde Spósito, circa 1989).

– Tengo el mejor recuerdo suyo. Apoyó todo lo que hice, era fanático mío y me lo hacía saber. Estaba orgulloso de mí y yo de que él tuviera esa apertura. Falleció el 15 de agosto de 2015, lo extraño. Es un personaje muy importante en mi vida. Cuando fundé Los Eyelites -mi primera banda- me dio una gran mano: se juntó con los padres de los otros pibes que tocaban, les dijo que queríamos grabar un disco e hicieron una vaquita. Fue, se reunió con Gustavo Gauvry y arregló para que grabemos A calzón quitado (1990) en Del Cielito. Y no estaba en el negocio de la música, era un tipo que venía de vender sábanas. Después se puso a organizar shows e hizo un montón”.
Una semana antes de su debut discográfico, en el mismo estudio Los Redondos habían registrado Bang! Bang!!… estás liquidado. Ya en el nuevo milenio y a los 71 años, Rulo salió de gira con Intoxicados en micro, durante 20 días. “Pity lo adoptó como padre y lo llamaba a mi casa. Se decían Borges y Álvarez, como Olmedo y Portales”, explica.

En la Ray William Morrison, que dos años después aún no editó el larga duración que ya tenía listo entonces, Balde –aconsejado por su padre- volcó las canciones que componía, pero para cantarlas él. De esa tanda, Pablo Lescano eligió “Qué cara de idiota que tiene tu novio” y la adaptó a Damas Gratis. “Está buenísimo que la haya grabado”, dice. Confiesa que le encantaría tocarla con él y que le agradece por permitirle a una composición suya “ingresar en un lugar nuevo”.

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Junto a Juanete Stagno, durante un show en Mar Del Plata.

Otro de los proyectos que lo ocupaban por aquellos días era la edición de Minicanciones, la revolución sintética del cuarteto, compuesto en compañía de Valentín Scagliola, tecladista de Los Caligaris. Este volumen, que salió en 2018, contiene diez breves tracks con la idea de contar historias en un minuto y medio como máximo. Al año siguiente, vio la luz su continuación: Pequeños fracasos, esta vez secundado por Juanete, con quien incursionaron en el bolero, el reggae y “la canción pseudoitaliana”.
Muchas de sus propuestas no se parecen a Kapanga, pero en ellas sí se puede advertir el ADN de Balde con facilidad. “A mí me gusta que las cosas tengan mi identidad, que escuches lo mío y digas que se nota que estoy ahí. Prefiero plagiarme a mí”, admite y reconoce un amplio abanico de posibilidades a la hora de componer: “Yo habré hecho ´El mono relojero´, pero también ´Postal´ y ´Desearía´”.

Balde y Los 5 Ladinos.

“En Minicanciones quise juntarme con alguien, crear en base a lo que tengamos y sin límites acerca de qué hablar, sin siquiera una temática específica. Puede haber una historia bizarra, algo social o una fábula”, comenta y se deshace en elogios para su nuevo ladero, a quien le presentaron en una tanguería hace poco más de dos años: “Al mes parecía que nos conocíamos hacía 20 años. Tiene 32 y yo 52. Logramos una conexión que todavía me sorprende, porque cruzamos una mirada y sabemos para qué lado salir. Para mí es como mi hermano; es super talentoso, toca bien, canta bien y además es buen tipo. Las tiene todas”.
El joven guitarrista demuestra que el sentimiento es recíproco y asegura que tocar juntos es “una felicidad enorme”, porque hace mucho, apenas supo que era el principal compositor de Kapanga se convirtió en “su admirador”. Concluye ratificando las palabras de su compañero: “Es como si nos conociéramos de toda la vida, tenemos una sintonía grosa”.
El formato en el que se presentan puede variar.  En algunas ocasiones salen a escena con Los 5 Ladinos, un grupo que formaron y con el que preparan sus shows en teatros, pero otros días suben a escenarios de bares como dúo; Balde en voces y kazoo; Juanete en guitarras y voces.

Durante el gobierno de Mauricio Macri le dedicaron “El gato del oeste”, canción que sobre una base country codea semestres que nunca llegan con “la tristeza de Vidal” y “la sonrisa de Larreta”. Al ser consultado sobre la actual gestión, aunque reconoce que vive tranquilo, Balde reprueba que “te tenés que achicar o multiplicar tu laburo para no caer tanto”. Acerca del tarifazo en los servicios públicos, sostiene que le duele “como a cualquier ser humano” pagar “4 lucas de luz”. Pero se distancia de quienes consideran que el ex Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires no es eficaz: “Yo creo que es útil a la gente que tiene que serle útil. Vino a beneficiar a Nicky Caputo y a toda esa manga de sátrapas”, al tiempo que espera el final del mandato de Cambiemos con esperanza de que “por primera vez se evalúe lo de traición a la patria y que no se vayan”, porque “el Presidente tiene 92 causas y alguna le deberían juzgar”.  También su mirada crítica alcanza a la cantidad de gente que duerme en la calle, las dificultades de los jubilados para mantenerse y las decisiones de Patricia Bullrich al frente del Ministerio de Seguridad.

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Acaba de comenzar octubre de 2019 y ahora la charla transcurre un miércoles en una pequeña sala del Centro Cultural La Grieta, de Congreso. El músico se prepara y relaja antes de dar otro show armado a último momento. Vino a Capital por unos trámites relacionados con Salva -la nueva producción de Los Caligaris- y se puso en contacto con la administración del lugar para reencontrarse con amigos y parte de su público.

Desde que se instaló en la costa atlántica, tras su alejamiento definitivo de Kapanga en 2011, se convirtió en un frecuente colaborador del conjunto cordobés, para el que compuso varios cortes de difusión: “Que corran”, “Frijoles”, “Todos locos” y el reciente “Abundancia” (junto a Stagno), entre otros. Aquí también lo acompaña su actual socio. Spósito se reconoce satisfecho porque un tema suyo entró en el lanzamiento: “Es algo con lo que yo me había comprometido. Quería que Juanete debute en las grandes ligas”.
El dúo está a punto de presentarse en formato electroacústico, para repasar todas las épocas de Balde. Durante dos horas mezclarán un poco de humor absurdo con cuarteto, la marcha peronista y, por supuesto, las minicanciones.

Su actividad sobre los escenarios durante la estadía en la banda de Quilmes comenzó a verse afectada 5 años antes del adiós, cuando por última vez completó un show con sus compañeros. Un comunicado en la página oficial del grupo confirmaba que, a raíz de un problema de salud, no iba a participar de las giras por tiempo indeterminado. Hacía algunos años que sufría dolores que le dificultaban ejecutar su instrumento, aunque recién entonces le daban un diagnóstico claro: parkinsonismo juvenil. “Es como el Parkinson, pero más leve. Empecé un tratamiento de por vida. Se controla, pero no tiene cura. Bah, la tiene pero no la largan. Porque en vez de sanarme, conviene más que yo tenga que pagar 4 lucas la caja de uno de los remedios. Entonces tomo la medicación tradicional y gotas de cannabis. De a ratos estoy bien, pero hay otros en que si me siento muy cansado, me tiembla un poco el brazo o se me pone rígido. Actualmente, en algunos shows puedo tocar una hora y media sin problemas. Según la onda, si da, toco”, indica.
Cree que es una enfermedad que no tendría que haberle tocado nunca, o “recién a los 70 años”, pero la arrastra desde los 38 y cuenta su experiencia recorriendo centros de salud: “Se lo atribuían a un pico de estrés, cualquier cosa. Hasta que fui al Instituto Fleni, me pidieron que camine y dijeron parkinsonismo, sin ningún análisis. Los otros pelotudos me pincharon, me hicieron de todo. Me ordenaron estudios que no tendría que haberme hecho y tomé cosas que no debí tomar”, e inmediatamente comenta que  no sigue el tratamiento al pie de la letra, porque no hace ejercicios de rehabilitación hace 3 años, aunque sepa que eso “no está bien”.

“Lo que pasa es que me refugio mucho en mi laburo, que es mi lugar de bienestar. Hacer canciones, tocar con Juanete y planear todos los proyectos que tenemos me lleva al mundo que a mí me hace bien. Quiero pensar en la música y en la creación, no en que mañana tengo que ir al médico. Trato de estar lo mejor posible, tengo hijas y quiero estar bien. Pero cuando mejor estoy es cuando tengo mis actividades, por eso nunca las dejé. Si yo no hiciera canciones, terminaría internado en un neuropsiquiátrico. Me sirven como catarsis para refugiarme y bajar línea. Al mudarme conocí mucha gente buena, armé una movida interesante, le doy una mano a los grupos que puedo y estoy contento con eso. Preferiría no tener lo que tengo, pero lo tengo.  Así que debo seguir mi vida adelante. Podría no hacer nada porque estoy enfermo y, mientras me pongo a esperar, me pierdo de un montón de canciones que tengo en la cabeza. No me gusta la idea de entregarme, ¿entendés? Quiero manejarla a mi forma. Mal o bien, yo elijo lo que estoy haciendo. A veces cuesta. En la intimidad puedo sentirme solo y roto, pero prefiero que sea así. Después trato de salir cuando estoy un poco mejor; y si tengo que hacer algo y no lo estoy, salgo igual y lo hago”.

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Tras el diagnóstico, Balde siguió en su rol de compositor y pasó a enfocarse en la organización interna kapanguera. Mientras tanto, era común verlo intervenir en algún tramo de los shows. En 2007, cuando presentaron Crece (que salió el año anterior) en un Luna Park colmado, cantó “Una nube”, “un tema infantil con guiños para los adultos”, que grabaron en dicho álbum. De vez en cuando, se calzaba el bajo para un puñado de canciones, pero volvía a salir de las tablas.

– A la distancia, ¿qué balance hacés de tu tiempo en Kapanga?
– No reniego de nada de lo que hice. Tuve la suerte de componer muchísimo durante esa etapa. Cuando no tocaba, participaba de las discusiones sobre los videos y las producciones. Por suerte, cuando me fui no me duró mucho el síndrome de la hoja vacía.

-¿Pensás que allanaron el camino para que muchos se animen a hacer cosas nuevas?
– Creo que sí. Ahora se pierde un poco la perspectiva, pero todavía hay gente que me pregunta si yo hice “La bolsa”, o si “Como Alí” es un tema de Kapanga. No sucedía frecuentemente que se tocara ska y hubiese un acordeón arriba o el bajo tocando cuarteto. Era una mezcla extraña. No digo que lo copien, sino que muchos se permitieron hacer cosas que antes debían pensar “esta pelotudez no la hagamos”. Nosotros lo hicimos antes que Bersuit o Los Piojos. Los Auténticos Decadentes también generaron un estilo, aunque más tropical. Nosotros queríamos meter más rock. Hay detalles tontos, como que el bajo quede sonando y la batería, en vez de tocar cumbia o cuarteto, toque rock. Vos escuchás “Ramón” y no suena a cuarteto. Esa era la idea primaria.

– ¿Cómo decidiste irte definitivamente?
– Además de sentirme raro físicamente, estaba empezando a notar cosas que no me gustaban en lo interno. No voy a dar detalles, pero sí puedo decirte que en Crece hay un tema que se llama “Me voy yendo” y lo escribí yo. En Todoterreno (2009) está “El albañil”, que no habla de un albañil. Me estaba haciendo la casa en Cobo. “Con cemento curo mis heridas” era “voy a pensar en esto y no en lo que me estuvo pasando, porque esto me hace mejor”. También está “Miro de atrás”, bastante explícita por cierto, ahí lo digo claramente: “Miro de atrás, puedo ver casi todo. Voy a jugar, pero lo haré a mi modo. Seguramente mis preguntas no tendrán respuestas, enfoco en esta dirección, subiendo la apuesta”. Fue mi forma de contarlo. Me voy, pase lo que pase. Será un suicidio, lo que sea. Yo tenía dos hijas chicas cuando pasó. Dejé todo, me fui y me reinventé en mi lugar.  No voy a hablar de detalles, no me interesa el palo Rial. Simplemente había cosas que no eran como cuando empezamos con el Mono veinte años atrás.

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– Yo sigo con la música, compongo y grabo algo todos los días. La diferencia es que abro la puerta de mi casa, camino 200 metros y estoy en el mar. Encontré mi lugar en el mundo y está lleno de canciones. Viví en Quilmes 30 años, pero siento pertenencia a Mar de Cobo. Cuando atravieso el arco de la entrada estoy a salvo.

Ya es jueves, apenas pasó la medianoche. Balde cruza la calle con su hija Valentina y un taxi les sigue de largo. Alguien ofrece un smartphone para pedir otro y él delega esa tarea, pues no se da mucha maña con las aplicaciones. Larga el humo de un cigarrillo y hace una nueva invitación: verlo pronto junto a Juanete en un teatro de Mar del Plata. Llega el vehículo y se despide.
En Retiro lo espera el micro que lo devolverá a la rutina de esa pequeña localidad de menos de mil habitantes en el partido de Mar Chiquita. A la paz que halló en su lugar. A buscar canciones de esas que abundan y con las que suele encontrarse. A permanecer en el mundo que le gusta, el de la música y la creación. A reinventarse cada día. A refugiarse en su laburo y no entregarse. A estar a salvo.