Ayer murió el escritor y periodista contracultural Enrique Symns. El 24 de mayo de 2016 realizó su última presentación sobre un escenario. Allí, acompañado de una cerveza y un atado de cigarrillos, compartió sus escritos ante la sala colmada de El Emergente Bar, de Almagro.
Por aquellos años venía de someterse a una intervención para mejorar su salud, la cual pudo costear gracias a festivales solidarios organizados por sus seguidores, colegas y viejos compañeros.

Esa noche estuve presente y escribí esta crónica.

Volvió Enrique Symns

La fría noche del 24 de mayo regresó. Después de una riesgosa operación de próstata que pudo realizarse luego de reunir los fondos necesarios. Para eso se organizaron festivales a beneficio y se abrió una cuenta bancaria que recibió el aporte de sus seguidores. El periodista, actor teatral y escritor volvió a subir a un escenario luego de un largo tiempo inactivo.

Pocos días antes, se habían agotado las entradas para ver a uno de los personajes ineludibles del under porteño. Aquel monologuista que el rock conoció como colaborador de las primeras épocas de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, con quienes luego mantuvo un duro enfrentamiento. Aquel periodista que, tras la última dictadura, fundó la mítica revista Cerdos & Peces, en la que mostró la crudeza de nuestras calles, como tal vez nadie lo había hecho antes.





Pasadas las 10 de la noche se abrió el telón del bar El Emergente y allí estaba Enrique Symns recibiendo la ovación y el cariño de su gente. Vestía camisa a cuadros y pantalón beige. A su lado, sobre una mesa descansaban su vaso de cerveza y el atado del que, incansablemente, retiraría cigarrillos durante toda la performance. Delante suyo, un atril y el andador sobre el que inclinó su cuerpo en todo momento. Lo acompañaron dos músicos: Marcelo Roldán (guitarra) y Sergio Robert (contrabajo), que con sus notas crearon el clima ideal para escucharlo.

Ante los aplausos de los presentes, sentenció que, para él, “fumar, drogarse y beber es nuestra tarea en el mundo” y comenzó su presentación (“sin memoria, casi sin voz”) con un homenaje a Jorge Luis Borges, la lectura –con pequeñas modificaciones- de su poema “Alguien”.

Intercaló varios de los escritos que incluyó en su libro La vida es un bar (2000) con otros de La Cerdos, mientras dejó ver su particular mirada del mundo: con dificultades para proyectar sus tonos, dijo que “las instituciones son lo más nefasto que ha creado la civilización” y que “lo siniestro es siempre lo más cercano, lo que nos quiere; nuestro peor enemigo es nuestra novia, nuestro hermano, nuestro padre”.

Los relatos fueron interpretados con algunas palabras cambiadas. A veces hasta con los versos en un orden diferente respecto de los originales, pero siempre con el mismo sentido. Sus textos, que se sumergen en la profundidad de la soledad, retratan historias de personajes nocturnos y malditos.

A cada narración le precedió una breve intervención. En una de ellas, con gran claridad, remarcó cuál es para él la importancia del periodismo: “Allí encontré un camino exuberante que consistía en escuchar la voz del mundo, en ir a un leprosario y no preguntarle nada al médico; en ir a un loquero y hablar con los locos, que son los verdaderos protagonistas del mundo”.

Tras una hora quieto sobre el escenario, mirando al público con emoción, confesó: “Esta es mi despedida. Pero estar hoy acá me ha dado ganas de insistir alguna vez más”.

Entre cerdos y peces
Sobre la calle Acuña de Figueroa hacían fila quienes llegaron hasta El Emergente la noche del martes previa al feriado. Una vez adentro, frente a la barra, un artista plástico pintaba en un afiche –mientras bebía sorbos de cerveza- el rostro del periodista resaltando entre un cerdo y múltiples peces como fondo. A modo de muestra, varias controvertidas tapas y notas editoriales de la revista colgaban del techo, junto a la imagen desalineada de su creador. Atravesando una cortina, se podía acceder a la sala principal. Era un amplio sector en el que varios de los presentes se amontonaron para ver el alto escenario, mientras tomaban algún trago. La mayoría del público estaba de pie. En las primeras filas se ubicaron alrededor de diez mesas, para que aquellos que llegaron temprano puedan disfrutar del show sin inconvenientes y con mayores comodidades.


“¡Viva Symns, carajo!”
Apenas su figura apareció en escena, fue envuelto por la ovación de los asistentes. Los miró, prendió un cigarro y les dijo: “He envejecido, descubrí tarde la vejez. Para ella sólo están preparados los vegetales” y reconoció que se siente “atrapado en esa celda que es el cuerpo”. Entre los aplausos se escuchó un grito: “¡Estás vivo, genio!”. Fueron muchas las veces en que el público interrumpió a Symns con comentarios, con risas, con aclamaciones. Cuando se cerró el telón, tras la revelación de las ganas de hacer una nueva función, la algarabía se tradujo en cantito y el “olé, olé, olé, olé… Quique, Quique” invadió la sala.
Media hora más tarde, se lo vio en el hall ayudado por cuatro personas para trasladarse hasta la salida con su andador. Notablemente emocionado, Enrique continuó recibiendo cariño y palmadas de respeto. Mientras sonreía y lo aplaudían, un grito de despedida se apoderó del cuadro: “¡Viva Symns, carajo!”