Hay un nuevo libro sobre la serie que cambió la forma de hacer ficción en Argentina. El escritor Leandro Barttolotta analizó el fenómeno, que sigue vigente, a dos décadas de su primera emisión.

Okupas salió al aire por primera vez el 18 de octubre de 2000, en el canal estatal. Y, sin proponérselo, marcó entonces el comienzo de un fenómeno popular. La serie contaba el recorrido de Ricardo, Pollo, Walter y Chiqui (Rodrigo de la Serna, Diego Alonso, Ariel Staltari y Franco Tirri, respectivamente), quienes convivían en un caserón de Congreso del que recién la policía había desalojado a sus ocupantes. 

Al concluir los once episodios, hubo dos repeticiones en distintos canales de aire. Y así se reconfirmó el inicio de la leyenda. La historia, el guion y los personajes calaron muy hondo en un sector de la sociedad que, con el paso de los años, la mantuvo boca a boca de distintas formas: la conversión de los VHS a DVD permitió su llegada a las ferias en que se buscaba material pirata. Luego fueron las webs de descarga y más adelante YouTube quienes ayudaron a agrandar el mito. Mito para el que fue importantísimo el Negro Pablo (uno de los mejores villanos de la TV local, interpretado por Dante Mastropierro).  

Pero el año pasado, y luego de una larga cruzada de los fanáticos que deseaban disfrutarla en buena calidad, la serie de culto dirigida por Bruno Stagnaro conquistó Netflix. Para dar ese paso se requirió la composición de una nueva banda de sonido, ya que la versión original contaba con varios clásicos del rock, cuyos derechos de autor resultaban impagables. Ahí entró en escena Santiago Barrionuevo, líder de El Mató a un Policía Motorizado, que con nuevos sonidos adaptó las imágenes a la plataforma de streaming.

Mientras eso sucedía, Leandro Barttolotta comenzaba a escribir “Okupas, historia de una generación”, que recientemente lanzó Editorial Sudestada y fue presentado con una firma de ejemplares en su stand de la Feria del Libro. El autor charló con Circo Romano acerca del cómo este unitario atravesó su vida, qué lo distingue de otras producciones, los memes que originó, la amistad de sus protagonistas, la representación de la sociedad previa al estallido de 2001 y, sí, la nueva banda sonora.   

– ¿Qué representa Okupas para vos, que te llevó a escribir un libro sobre la serie?

– La verdad es que Okupas no necesitaba un libro, no le sobra ni le falta nada. Es algo que nos conmovió y, como tal, no sé si requería eso. Pero sí yo necesitaba escribirlo. Una de las hipótesis que plantea es que, más que una serie, fue una banda de rock que apareció en la televisión, desde ahí interpeló y llamó a toda una generación que no estaba representada en la pantalla, que incluso casi no formaba parte de cierto ritual doméstico de sentarse a mirar tele. Entonces se parte desde ahí, saber qué pasó con esos televidentes originarios ­–por decirlo de algún modo– que la vimos en los viejos aparatos de tubo. Y después empezar a ver, durante estos veinte años, cómo cada vez que cambió de formato (VHS, DVD trucho, sitios de descarga, YouTube y finalmente Netflix), nos permitió seguir pensando la época; qué pasaba con nosotros, cómo cambiaron la ciudad, las formas de ser joven y hasta también el ver televisión. Con respecto a la escritura, desde aquellas primeras salidas al aire nos pasó que cada vez que la vimos nos dejó manija y unas ganas de expresarnos. Ya sea charlarla con amigos en el barrio dos décadas atrás o participar de alguna movida que se armaba en un centro cultural y se pasaban capítulos, para después hablar de Okupas.

– ¿Cómo era y en qué momento estaba el Leandro Barttolotta que miraba la serie por televisión en 2000?

– Traté de pensar cuál fue el capítulo con el que me enganché y siempre jodo con esa escena de Los Simpson en que Bart lo llama a Milhouse y le pregunta si estaba mirando el mismo canal que él. La respuesta es que sí, aunque estaba en cualquiera y justo cambia. Me parece que pasó algo de eso, nosotros no lo esperábamos, aunque sí cierta crítica especializada. Siento que nos metimos en una función que ya estaba empezada. Yo tendría 17, 18 años… recuerdo que era ver la serie y salir al barrio a comentarla. Yo digo que la veíamos con la tele en la vereda, porque apenas terminaba tenías ganas de conversar sobre eso. Como soy de Quilmes, recuerdo muy bien el furor que habían provocado los episodios grabados acá (Bienvenidos al tren y El ojo blindado). El punto de vista del libro es adulto, pero a la vez trata de conversar permanentemente con ese pasado que existe y con las preguntas que nos hacemos hace veinte años.

– La comparación con Los Simpson no parece casual. Son dos series a las que, aunque se sepa lo que va a suceder, mucha gente vuelve y siempre encuentra algo nuevo o diferente.   

– Está bien esa analogía, porque si hay dos industrias creativas de memes son Los Simpson y Okupas. Eso que en los últimos años aparece como uno de los modos de expresión social es un indicador. Hay muchos memes de la serie que dialogan con otros de Los Simpson, hay algo ahí que muestra lo que significó para toda una generación. No se agota como historia, por todo lo que genera para la amplia familia okupera, pero a su vez toca algo en esa trinidad de amistad, calle y noche. También nos preguntamos qué pasó con los amigos, qué tipo de vínculos creamos en esos tiempos, si se sostuvieron o mutaron. El desafío era correrme un poco del pasado y pensarlo como algo que muta, va y vuelve, mete preguntas ahí.

– ¿Cómo fue el proceso de escritura y cuánto tiempo te llevó realizar el libro?

– Fue escrito aprovechando la nocturnidad de mi insomnio. Habré tardado cinco meses, pero con el proyecto muy avanzado llegó el estreno en Netflix y ahí me surgieron un montón de nuevas preguntas. Entonces hice un rastreo, lo más exhaustivo posible, de todas las entrevistas que hay a los actores, director, productor y guionistas, tanto en diarios como a través de medios web.

Todas las hipótesis que nacen, hasta las más delirantes, traté de justificarlas en esa búsqueda de material. La decisión pasó por no hacer notas para el libro, porque el punto de vista era desde abajo del escenario y quise mantenerlo. El trabajo se dio en medio de la peste, que implicó guardarse un poco y eso seguro aparece en el tono de las páginas.

– ¿Sabés si alguien que haya participado de Okupas recibió el material? ¿Cómo fueron las reacciones?

– Sé que le llegó a Bruno Stagnaro. También a Diego Alonso, que se sacó una foto con el ejemplar y fue muy emotivo. Me interesa mucho saber cuáles son las lecturas que pueden hacer. Ariel Staltari lo recibió con muy buena onda y eso es una re alegría. Estaría buenísimo poder hacer alguna presentación con alguien del equipo.

– Okupas hizo el camino inverso al común de las series. No es un contenido original de Netflix y si hoy está dónde está es por la gente que pedía disfrutarla en buena calidad. La plataforma entendió que ­–dos décadas después- seguía generando algo en el público y se interesó por ofrecerla en su catálogo.

– Hubo algo de demanda o pedido desde abajo de la propia gente, fue así, no es que lo incluyeron en el catálogo a ver si generaba algo. El pedido pasaba más por la remasterización y verlo en HD que por el hecho de estar en Netflix. Había algo en la calidad de las imágenes que circulaban que ya no permitía distinguir mucho, además de que el audio era malo. Este cambio nos expuso de manera obscena un montón de cicatrices de esa ciudad que no recordábamos y vemos un montón de detalles en los personajes que antes pasaban de largo. Y sucede algo con la misma plataforma, que es –inevitablemente– de domesticación, para ver desde un lugar diferente al que mirábamos Okupas en otros momentos, lo cual también implicaba un desafío. Me acuerdo que en las redes oficiales anunciaban a la serie con el lenguaje propio de los fanáticos y eso es algo que hoy siguen haciendo. La llegada a Netflix corona la vigencia de todos estos años.

– Considerando que la sociedad y la ciudad ya no son como aparecen en la serie, ¿qué creés que tiene Okupas que, tanto tiempo después, atrapa a gente que ni había nacido cuando se hizo?

– Esa es una de las preguntas que motoriza el libro, sin dudas, pero creo que se respetan ciertos misterios y enigmas. Porque si uno piensa a Okupas como una banda que apareció en la tele, o como algo anexado al movimiento del rock de aquellos años, también se puede pensar que siguen sonando Los Redondos, los Stones, La Renga… Incluso aparecen nuevas escuchas de pibitos y pibitas que eran hermanos menores o ni siquiera habían nacido, yo juego con esa imagen. Por eso la insistencia con la relación de amistad y el modo de ocupar la calle. Eso va en términos grupales, hay algo de banda que hoy pareciera que retorna. Es cierto lo que dijeron actores, guionistas y demás: hay algo de la intensidad con que se vive la amistad en una sociedad hecha mierda, que conmueve y moviliza. No es eso solo y una de las posibles explicaciones de por qué se mantuvo es que se parece demasiado a esas bandas de rock que también perduraron. Es como cuando escuchás un disco después de mucho tiempo y te sigue llegando, porque toca fibras que también son del presente. Okupas siguió, de algún modo, pensando la coyuntura política y social, porque todos los días hay un meme con algo de la agenda mediática.

– ¿Cuál creés que es su punto más alto?

– Los personajes representan una de las cosas más grosas. La serie muestra una vagancia popular muy amplia. Y Dante Mastropierro –el Negro Pablo– suele decir que todos se pueden identificar con algún gesto, con alguna acción, con algún berretín de cualquiera de los personajes. No era una noción del mundo popular reducida a cierta representación de lo marginal o “una de tiros”, por decirlo así. No es permanentemente secuencias, violencia y demás… Hay un mundo popular muy grande; está el que hace changas, el paseador de perros, el transa, el que pide monedas, el mantenido de la renta familiar, el que roba. La identificación no es sólo con un personaje, sino con momentos de cada uno o sus personalidades. Por ejemplo, la manera de ser amigo del Chiqui siempre emociona y es una utopía. A su vez el uso del lenguaje que hace el Negro Pablo es impresionante.  

Yo, que soy fanático de los Rolling Stones, me identifico con Walter; porque no solían aparecer así los rolingas en la televisión. Te los ponían como un estereotipo, siempre reducidos a dos o tres gestos, analfabetos o tirando pocas palabras y acá aparece uno en la ciudad, en la noche, con su modo de hablar. Hay una representación de los cuerpos de una generación, del vocabulario y el descanso a los demás. La avidez y esas ganas de morfarse al mundo que tiene Ricardo son las mismas que teníamos todos al salir de la escuela secundaria. Si comparás, las series que vinieron después redujeron el mundo popular a algunas imágenes de lo marginal y muchas veces desapareció la figura del laburante. Todo se acható y, como dice Bruno Stagnaro, se convirtió en una especie de Policías en acción.

– ¿Qué sentiste con la banda sonora que se realizó para esta nueva versión?

– La cuestión de mejorar la calidad era necesaria, porque además permite salvaguardarla del paso del tiempo que puede hacer mierda lo material. La verdad es que, en lo personal, no me gustó el cambio en la banda de sonido. Más allá de los derechos de ciertas canciones y la musicalización evidente, lo más complicado es que la sensación –dicho de una forma muy brutal– era que se había desviscerado algo. Se quitó un ambiente sonoro en arreglos y detalles muy chicos, más allá de lo que significan algunos temas en determinadas escenas. A veces cortaban bastante el mambo o no tenían mucho que ver con la música en el momento de la emisión original. Cuando están bajando al río de Quilmes suena algo que no es acorde a lo que pasa y ahí se nota más. Me parece complejo ese vaciamiento de sonidos que nos trasladaban en el tiempo. En mi experiencia, por momentos es un silencio bastante complicado el que se siente. A nosotros la serie nos linkeaba con la época y al cambiar eso, hay algo de la memoria privada que se interrumpe. Hay un capítulo del libro, Okupas rocanrol, en el que nos preguntamos por qué algunos grupos de la época no estaban en el primer soundtrack. Jugábamos a que en ciertos momentos podrían sonar La Renga, Los Piojos, Flema, Las Pelotas, Viejas Locas.  

– El personaje que ingresa a la casa con una sandía en medio de una fiesta era un misterio en sí mismo. Resultaba interesante que no se resolviera, pero en la nueva versión se perdió algo de ese encanto.

Sí, queda muy direccionado hacia ahí. Más allá de que pueda ser ladrón o policía, podía ser un personaje del desborde, de la noche, esa gente hermosa que no sabés de dónde vino y quién la invitó a la fiesta. Hay musicalizaciones que quitaron una ambigüedad que estaba buena.

Sobre el autor
Leandro Barttolotta nació en Quilmes en 1983. Es graduado en la carrera de Sociología por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y trabaja de docente en el conurbano bonaerense y de tutor en la Diplomatura de Gestión Educativa y en el Seminario Pedagogía Mutante de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Escribió en la revista Crisis la “Sección conurbano” (2016-2021) y en otros medios. Es integrante del colectivo de investigación y escritura política Juguetes Perdidos, que suele colaborar en varias publicaciones y revistas. Editaron con Tinta Limón los libros Por atrevidos. Politizaciones en la precariedad (2011), ¿Quién lleva la gorra? Violencia/nuevos barrios/ pibes silvestres (2014), La Gorra Coronada. Diario del macrismo (2017) y La sociedad ajustada (2019).